El club de los poetas vivos



Hola Evaristo:

Que fueras mi profesor de literatura no me impidió nunca -ni a mí ni a unos muchos más- ser amigo tuyo. Luego estaban y siguen estando los cretinos que veían mal ser colega tuyo, que eso era de pelotas -no creo porque jamás pasé del notable en tu asignatura- que eso no era molón, que eras un viejo y un chapa... ellos se lo pierden. Probablemente esos rastreros incapaces de valorar el afecto del viejo profesor, son de esos que dejan que sus padres acaben sus días en la cama de una residencia, atados y cagándose encima.

Recuerdo como un día caminando hacia clase salió aquello de "San Manuel Bueno Mártir"; te comentaba como me habían flipado hasta la piel de pollo. Tú, con tu generosidad abisal y habitual, sonreíste y, soltando el humo de uno de aquellos Gitanes, soltastes aquello de "alégrate, estas tocado por los dioses"; una frase cursi, sí, que quizá dirías con demasiada frecuencia, también, pero que decías con total sinceridad. Porque creías en Héctor, en Vero, en Jaume, en Rocío, en mí... Ninguno iba a cambiar el mundo, pero creías en nosotos por una razón simple: éramos amigos.

Porque nos gustaba pasarnos las tardes libres en el Instituto haciendo algo tan poco cool como la Revista de los alumnos. Todavía tengo algún ejemplar por casa, y aunque me sonrojo de mis propios escritos, me da una envidiable ternura recodar aquellos ratos.
El Bar Iranzo era tu cuartel general. Dónde a veces nos saltábamos la estricta ley y almorzábamos juntos, nosotros un cortado, una birra y tú, poleo con un chorraco de anís (un placer que he sabido apreciar a la vellea). La primera vez que nos emborrachamos juntos tuvo que esperar unos años; no querías demasiados jaleos con nosotros mientras fuéramos alumnos y tú profesor. Pero con la universidad, llegaron aquellas torrás gloriosas en tu casa de Cheste, o en casa de Jaume, o la que montamos en el chalet de mis padres, que tuve que volver al día siguiente a limpiar los restos de la batalla.

La última vez que te vi -hace tanto que duele- quedé contigo en el Iranzo. Tú estabas a punto de jubilarte, y estabas cansado de aguantar a las nuevas generaciones. Yo te escuchaba, pensando en que te quedaba una vida larga y plácida en la que sólo te ibas a preocupar de plantar y recoger tu campito de Cheste, de acabar aquella Tesis para doctorarte, de releer algún libro y de tener el calor de Luisa a tu lado. Pero mañana voy a tu entierro y no acabo de creérmelo. Todavía te puedo recordar con nitidez, en la barra del Iranzo diciendo "Yo no creo en Dios. Creo en lo que está aquí, en una chica guapa. En una tortilla de patatas". ¿Y si hay cielo?, te pregunté. "No sé, pero si existe, creo que San Pedro o el que esté por allí seguro que me deja pasar."

Te echaré en falta, mestre.

César Sabater

1ºH I.E.S. Antoni Josep Cavanilles (Abastos)
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