Cinco puntos, colega


No Chicho, hostia...tres no...que son cinco.

Me he levantado pasadas las nueve de la mañana. En calzoncillos he ido a la cocina y he puesto la cafetera al fuego. Mientras el calor hacía el milagro de convertir aquellos polvos marrones en café, me he quedado mirando la puerta de la cocina; es corredera y parecía que se había descolgado de uno de los lados. Aún medio dormido, he cogido la puerta del pomo y he empujado hacia arriba, con la vana esperanza de que aquello volviera a su sitio.

Pero no. Y con la fuerza, he descolgado el cajón de madera que protege la guía de la puerta y ha caído de golpe y con fuerza, como una guillotina afilada sobre mi cabeza.

¡CLOCK!

Mientras notaba como el dolor crecía por segundos me he cogido de la cabeza, esperando notar el líquido saliéndose a borbotones. Pero sólo goteaba un poco, he cogio un trozo de papel de la cocina y taponando la herida, he ido hacia el recibidor de casa para mirarme en el espejo de la entrada.

En lo alto de la cabeza, amortiguado por el cabello, veía una pequeña raja de unos cuatro centímetros. No parecía mucho, pero al tocármela un poco y presionar un poco, la herida se ha abierto tanto como el diámetro de una moneda de 500 pelas, esas en las que salían Juan Carlos y Sofía de perfil.

Temblándome las piernas, he apagado la cafetera y he ido andando al ambulatorio que tengo cerca de casa. Al entrar más blanco que Andrés Iniesta la enfermera de la recepción me ha hecho pasar el primero. Eso me ha mosqueado, ¿es demasiado grave, doctor?; tras diez segundos en la sala de espera, el médico me ha recibido con prisas y me ha hecho sentarme. Él, de pie, ha observado la herida separando los pelos para poder ver bien.

Se le ha escapado un "uy" y yo he preguntado preocupado "¿qué pasa?". Él me ha dicho que había que coser. Mientras le enfermera me cogía de las manos y me decía "respira tranquilo" en un inocente intento de tranquilizarme, el médico se ha puesto los guantes y ha sacado la aguja. Los puntos han sido cinco, como pellizcos metálicos atravesando la piel. Un, dos, tres, cuatro y cinco. Aún me duele y noto la piel tirante. Pero podría haber sido peor. Si el madero cae unos centímetros más la izquierda el golpe podría haber sido letal.

Veo la escena: desnucado, en gayumbos y con la cafetera al fuego.

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